¿Qué onda, no? Ondas y partículas, materia y energía. Son tantas las piezas del rompecabezas que el proceso de hallar su diseño, su orden, está condicionado por el trayecto del tiempo. Un pesamiento es un tramo del trayecto, por eso no se puede detener ni capturar.
Pero me adelanto, y no quiero seguir cometiendo los mismos errores. A lo que vinímos. El denominado “pliego putativo” del Manuscrito Voynich no es el trozo más representativo de este fascinante documento, ya que su inclusión se debe a la sorprendente semejanza en ejecución simbólica, o tipográfica.
En estas tres páginas del manuscrito aparecen objetos que parecen astronómicos
Aunque no comparta autor con su texto matriz – si se me permite un uso flexible del término ‘texto’ – es incuestionable que la pluma del Pliego Putativo tuvo amplio acceso al Manuscrito Voynich, aún antes de ser circulado entre los pensadores de la época. La conclusión incluye el supuesto de que el autor del pliego tuvo en sus manos el Manuscrito Voynich aún antes de que Roger Bacon lo mencionara por primera vez en la carta a su hijo fechada en junio del 1289. Por lo tanto la influencia del afamado artista está ausente por completo en el Pliego Putativo.
(Hay una escuela pequeña de historiadores rumanos que alegan tener en su posesión unas ilustraciones que hiciera el Bacon, ya cercanas sus postrimerías, que lo remiten a las áreas más estrambóticas del manuscrito, referentes a cierto vegetal inetrgaláctico cuyas propiedades alkaloides afectan la apreciación del tiempo y su posible división, a su vez, en páginas. Sería de sumo interés el análisis de tales ilustraciones, ya que podrían revelar algún dato relativo al paraje del manuscrito entre el 1300 y la primera mitad del siglo XVI, cuando volvemos a encontrar rastro del manuscrito en Bohemia. Y eso es sin ni siquiera indagar en la veracidad de los alegatos sobre la planta intergaláctica con propiedades temporales, cuya confirmación tendría incalculable impacto en la Temponáutica, hija bastarda de la metafísica.
Para los neófitos: El Manuscrito Voynich no es sólo el libro más extraño de la historia, incluyendo el infame y macabro Necronómicon, porque no es sólo un libro, sino muchos. Los secretos temponáuticos en él contenidos han hecho que el medio puñado de seres que ha logrado leerlo, haya podido también poner en práctica los recursos temponáuticos en sus páginas y regresar al momento en que fue redactado, interactuar con sus compiladores y de esa manera alterar su escritura, cuestión de que el manuscrito sigue siendo re-editado a través de los años. Esto hace que cada copia sea única, ya que representa una edición particular, y no existan nunca dos copias idénticas. El truco radica en poder establecer el orden cronológico de sus subsiguientes versiones o ediciones.
Por esta razón, el Manuscrito Voynich que Tolkien tuvo consigo en las trincheras de la Gran Guerra, las copias fotográficas del capítulo encontrado entre los papeles de Lovecraft, la declamación que escuchó la Shelley aquella noche junto a Lord Byron y sus secuaces de un pasaje cometido a la memoria de uno de los invitados, la copia en paupérrimas condiciones que anduvo bajo el brazo de Cabeza de Vaca mientras cruzaba de costa a costa en norteamérica, pues todas esas copias son distintas.
Hoy día sólo se conservan cuatro manuscritos, de los cuáles sólo uno sobrevive y se le conoce paradero.)
Y vuelvo y divago… Será la emoción de tener acceso a una copia del Pliego Putativo, no sé, o será que mis incursiones en la temponáutica han tenido unas consecuencias lamentables sobre mis capacidades expositivas y descriptivas. Lo mismo da, aquí lo importante es el pliego y sus implicaciones. Por eso me parece importante que aclare lo más posible su elusiva presencia.
Ser un temponauta autodidacta conlleva inevitables efectos secundarios. Todo parece indicar que los temponautas no mueren, sino que se disuelven en el tiempo. “Vaya,” dirán muchos de los que hayan llegado a este punto, “qué conveniente.” Pero se equivocan, no hablo de la immortalidad, sea como sea que los mortales logramos conceptualizar tal cosa. Hablo de una cancelación, de una omisión, de una redistribución del ser al integrarse poco a poco en el tejido de todo lo que le rodea. No llega a la muerte, no concluye, no ejecuta, simplemente deja de ser relevante, caduca, pierde definición y la capacidad memoriosa. No sobrevive ni siquiera en la memoria ajena. Su interacción con el entorno ha re-hilvanado tantas veces el destino que le concierne, que su presencia deja de ser influyente, necesaria.
Deja de ser, punto. El viaje cesa.
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