Aquí, en el basurero del Tiempo, donde todos los universos paralelos convergen y desembocan en monstruosidades, me he quedado arrollao. Aquí, donde no sé si voy o vengo, si avanzo o retrocedo, si gano o pierdo, me toca vivir ahora como un nanobio condenado a la soledad, al rechazo de la colonia que me vio nacer. Es curioso que termine aquí, en este vertedero improvisado de memorias y recuerdos irrelevantes, cuando lo que anhelaba era precisamente lo opuesto. Y digo irrelevantes porque éste es el cementerio de lo que nunca fue y nunca será, aquí yacen las alternativas a lo que sabemos hoy, a los hoyes de Benedetti, a los ahora de siempre; la Flecha del Tiempo no paró, no cesó de discurrir y desplazarse por donde le tocaba hacerlo. Fui yo el que rompió las reglas, el que cultivó la obsesión de un encuentro espontáneo y consiguió un desencuentro inesperado. Mala puntería, o mala suerte, es el mal que me ciñe a este desperdicio de historia.
Por lo tanto es inútil intentar de desenredar este relato cuyo fin ahora yace fuera de mi alcance. Si los ignorantes están destinados, o condenados, a repetir la historia, los temponautas como yo estamos atados a vivir fuera de ella; por eso no cometemos errores repetibles, simplemente erramos por todo el paisaje náufrago que queda afuera de la frontera temporal que nos atañe a todos los seres humanos y criaturas de la naturaleza.
Este naufragar fuera del tiempo es natural, en particular para un temponauta como yo. Tal vez sea a causa de nuestra disposición a cambiarlo todo, desde el ambiente a las personas que nos rodean, con tal de tratar de alterar el porvenir. Muchas veces nos fijamos demasiado en el pasado y nos olvidamos que la Flecha del Tiempo corre en dos direcciones, que de igual manera que siempre establece una ruta hacia el futuro, también abre una brecha de retirada. Sin embargo, nos percatamos muy tarde que estos meandros históricos son como el humo, expandiéndose y rebuscando todas las vías disponibles para rellenar cada espacio existente con su fluir invisible.
¿Y a qué viene todo esto? Pues nada, que quise regresar a cierto autobús en particular en un momento dado. Aquella falda, aquellas gafas, malditos sean los clichés; ¿qué puede hacer uno, tan solo y enajenado y atravesado por la ignominiosa Flecha de lo Que Es Aquí y Ahora, cuando cada instante se nos desliza entre los dedos y cada segundo es una oportunidad desperdiciada? Me parece que había algo en la mirada de ella, algo indetectable para la concurrencia pero dirigida inequícovamente hacia mí, no importase el Tiempo establecido. Se trataba una mirada al otro lado, al Tiempo mismo, a través de todos los cuandos y entonces al alcance de mi tacto, de mi piel, de mis ojos.
Ella me miró, tan sólo por un breve momento, y dio conmigo a través de las capas del presente constantemente convirtiéndose en pasado, congelando un instante como una Polaroid. Quedé, como dicen, retratado, expuesto, toda la mentira de mi existencia puesta en evidencia. ¿Qué más puedo hacer? Regresar, por supuesto…
Pero, ¿cómo? Aquí donde estoy, en esta susodicha ‘singularidad’, no se escapa ni la luz; el pasado, presente y futuro se promiscuyen en un menage trois cosmicómico, para robarle las palabras a Calvino, y me encierran justo en el centro del mito del eterno retorno. Ya caí a través del horizontevento, ya formo parte de todo y todo está en mí. O por lo menos eso siento, eso detecto en el fondo de estas capas concéntricas que me oprimen y me mantienen ajustado a la singularidad. No me queda más remedio que revivir ese momento desperdiciado hasta que este hoyo negro se chupe la masa de la galaxia completa. Entonces, tal vez, de neutrino a neutrino, podamos intercambiar alguna comunicación, por más abstracta o ciega que sea, y darle paso al eludible what if… que nos desgarra la existencia en el futuro.
3.4.07
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