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15.3.09

el tatuaje del temponauta




Cuando cae en cuenta no lo asume enseguida. Perdón, caigo, asumo. La tercera persona es la vía más fácil, si no se tiene un sólido referente estacionario... el tema es un faro en el tiempo, un punto fijo en el fluir imparable de esa cuarta dimensión. Sin eso, olvídalo. Otra vez, perdón, me olvido yo... La proyección es lo más natural, pero anclar la esencia de nuestro pasar en algo netamente estático, en tierra firme por así decirle, es el mayor de los retos que me aguarda. Supóngolo asequible, pero erro con regularidad.
He aquí mi contribución a la interminable búsqueda del sentido correcto: tatuajes. Se me presenta como la manera más práctica de organizar e identificar nuestros propios desdoblamientos temporales. Y no hablo de esos patéticos arranques de constancia que le dan a los menos sensatos entre nos que terminan por tatuarse un hexagrama del I-Ching en cada hombro, Lü y Chên por ejemplo, como aquel pobre diablo de Río Piedras. No, yo me refiero a los discretos asuntos que escondemos entre los dedos, en el inversos del codo o la rodilla, o hasta en el cuero cabelludo. Pequeños indicadores, leves marcas para poder fijar nuestros pasados y futuros sin perder el sentido de la dirección, del momento, del día... hay veces que encontrarnos por razones aleatorias nos sacude de un forma demasiado intensa, demasiado personal.
Un rápido a la parte esa carnosa entre los dedos puede detener en repentino descenso a la locura...

“entre labios y secretos menesteres
se le va la cuenta al consabido cronómada”
Lew D. Pomplemousse

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