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14.4.09

la paradoja del temponauta




Recordada, estimada y añorada Frances:

Imposible escribirte sin pensar que nunca te llegaran estas páginas. Pero bueno, esos son otros veinte pesos. Te escribo simplemente por necesidad, porque he llegado al fin de la ironía, acá en los márgenes más precarios de lo que es ser; te escribo por que no sé qué más hacer. Estoy casi al borde de la invisibilidad. Porque estoy solo, por eso, porque ahora que tengo los pliegues del Tiempo a mis pies, a mi alcance, es cuando ya no me queda nadie al lado. Pues hasta acá llegué, Frances, perdón, doctora...

Ahora que puedo comprender más de lo que antes ni soñaba con entender, pues ahora me toca estar solo, ahora me toca vagar y vivir y evolucionar en el vacío emocional de los sinhistoria, de los que ya nos fuimos por la borda y caímos en el vasto mar de la ignominia. Siempre supe que la verdadera cúspide de la vida reside en lo que somos capaces de compartir, siempre sospeché que lo único que tiene sentido es lo que experimentamos en conjunto, la solidaridad que genera una experiencia común, el propincuamiento de lo que compartimos sin querer queriendo y plenamente, lo que nos ata a este globo cósmico sin frenos ni segundas opiniones…

Irónica, cruel e irreparable esta condición de aislamiento que nos aqueja a los temponautas de tiempo, a los veteranos de este algaretismo cronológico que nos mantiene y nos sostiene fuera de la comunidad humana. Al menos en lo que al pasar del tiempo se refiere… ¿Cómo compartir las inequidades de esa flecha inclemente, como encontrar un denominador común con otros que no conocen la insoslayable incertidumbre del cuándo, del dónde, del porqué…?

Curioso que es sólo cuando colaboramnos con los demás que nuestros días y noches obtienen peso; que sólo cuando nos percatamos de que no estamos solos es cuando único se revelan las dimensiones reales de esto que llamamos Vida. Y sin embargo, una vez caemos en cuenta de que nuestra mirada es compartida – y no meramente exclusiva, secreta – o mejor, devuelta, nuestra realidad se troca en incertidumbre absoluta. Gracias a Heisenberg comprendemos el porqué de esta paradoja en la temponáutica clásica. Si nos olvidamos de los nanobios, y el bagaje filosófico que arrastran consigo a través del cosmos, tal vez el sinsentido fuera tal que no hubiera manera de evitar sucumbir a la más despiadada locura. Pero no; una vez descubrimos la magnitud real del multiverso que nos contiene, sólo la simbiosis inconciente con los nanobios nos salvan de las garras de la demencia cósmica que de seguro nos espera en la soledad de la existencia terráquea. Pero no, gracias a estos diminutos enigmas podemos conservar algo de nuestra capacidad para soñar, para ver, para vivir…

Ay Francés, ya perdí todas las esperanzas, ya no puedo regresar. No es tan desastroso como suena, después de todo las esperanzas son inútiles a este nivel. ¿Qué pueden brindar las esperanzas que la conciencia del Otro no nos otorgue con creces? Nos desdoblamos y nos realizamos a la misma vez. Esta será mi maldición: conocerlos o disolverme. Si no hago contacto con nada ni con nadie, ¿existo? El tamaño de la ofensa es que ya no funciona el viejo axioma: cogito ergo sum. Esto queda descartado de una vez por toda como un anhelo inalcanzable. Suena lindo, pero no es más que una mentira salvaje, voraz…

¿Cómo superar la derrota de la soledad? En especial cuando sabemos con horrible certeza que al superar la soledad, nos condenamos voluntariamente a la disolución, a la invisibilidad, a la incertidumbre del destino nunca predeterminado…

Ojalai me pudiera sentar en tu despacho y desahogarme como lo supe hacer érase una vez. Hoy día todo ese pasado me parece falso, imaginado… un simple capricho forzado. A ver, a ver si no me topo conmigo mismo mientras te busco; cuánto daría yo por poder cancelarme y resolver la condición de nómada en el tiempo que me traga como la tierra se traga mis sueños…

tuyo, tal vez,

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