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Que todo sea por un trabajo bien hecho, pensó y pisoteó con sus altas botas el cigarrillo apenas fumado. Eso se entendía en cualquier lugar de1 universo conocido y por conocer; un trabajo bien hecho, punto.
Lamia lo adoraría aún más de lo que lo venía adorando hace un tiempo. La competencia siempre fingía sosiego, pero un sosiego con los pelos de punta, listo para asumir una posición defensiva con posibilidades ofensivas. Había que debatirse entre este tipo de cosas en este mundo loco de los humanos. Qué bueno que eran combustible, que ardían con facilidad y que encima eran crédulos y confiadizos. El próximo akelarre sería épico, maratónico, digno de documentación perdurable y referenciable. Habría que llamar al camarógrafo ése que había ahogado a su hijo en el río suburbano de Quebrada Arena. Disponía de las mejores maquinarias para esos efectos. Lamia lo resistiría, pero él era, después de todo, el Señor Rojo, Mr. Jaun para los conocidos y Don Gorri para los iniciados. El dictaba los paradigmas del akelarre, él era el principal motivo de su celebración.
Rememoró nostálgico sus días en Zugarramurdi, sobre el pico de Aiztxuri, el magnífico Amboto y el enrarecido Jaizkibel, donde el sol nunca calentaba. Se refugió en el cálido y pegajoso recuerdo del burdel de las gitanas. ¿Cuál, después de todo, había sido la húngara? Ah, sí, pero el viento ardiente que soplaba calle abajo limitaba la nostalgia a unas pocas gotas de sudor...
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